César
Vallejo
(Perú, 1892-Paris, 1938)
Poemas en prosa
EL BUEN
SENTIDO
Hay, madre, un sitio en el mundo,
que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.
Mi madre me ajusta
el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a
nevar.
La mujer de mi padre
está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y
de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el
regreso. La cierro, al retornar. Por eso me dieran tánto sus ojos, justa
de mí, in fraganti de mí, aconteciéndose por obras terminadas, por
pactos consumados.
Mi madre está
confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro tanto a mis otros
hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las
gentes dicen: ¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he
viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!
Mi madre acuerda
carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida de
regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre, se
ruboriza y se queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del
alma: Aquella noche fui dichoso. Pero, más se pone triste; más se
pusiera triste.
—Hijo, ¡cómo
estás viejo!
Y desfila por el
color amarillo a llorar, porque me halla envejecido, en la hoja de espada,
en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí.
¿Qué falta hará mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Por qué las
madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de
ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuanto más se
acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora porque estoy
viejo de mi tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo! Mi adiós
partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que
retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante
mi madre que el hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos
alumbra con tres llamas. Le digo entonces hasta que me callo:
—Hay, madre, en el
mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy lejano y
otra vez grande.
La mujer de mi
padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortales descienden suavemente por
mis brazos.
LA
VIOLENCIA DE LAS HORAS
Todos han muerto.
Murió doña
Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura
Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas,
respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos días, José! Buenos
días, María!»
Murió aquella joven
rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a
los ocho días de la madre.
Murió mi tía
Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en
los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo
tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado
ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el
perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi
cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no
hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi
revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera
sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes
de agosto de años sucesivos.
Murió el músico
Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas
melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio,
mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad
y estoy velándola.
LÁNGUIDAMENTE
SU LICOR
Tendríamos ya una edad
misericordiosa, cuando mi padre ordenó nuestro ingreso a la escuela. Cura
de amor, una tarde lluviosa de febrero, mamá servía en la cocina el
yantar de oración. En el corredor de abajo, estaban sentados a la mesa
mi padre y mis hermanos mayores. Y mi madre iba sentada al pie del mismo
fuego del hogar. Tocaron a la puerta.
—Tocan a la
puerta! —mi madre.
—Tocan a la
puerta! —mi propia madre.
—Tocan a la
puerta! —dijo toda mi madre, tocándose las entrañas a trastes
infinitos, sobre toda la altura de quien viene.
—Anda, Nativa, la
hija, a ver quién viene.
Y, sin esperar la
venia maternal, fuera Miguel, el hijo, quien salió a ver quién venía
así, oponiéndose a lo ancho de nosotros.
Un tiempo de rúa
contuvo a mi familia. Mamá salió, avanzando inversamente y como si
hubiera dicho: las pastes. Se hizo patio afuera. Nativa lloraba
de una tal visita, de un tal patio y de la mano de mi madre. Entonces y
cuando, dolor y paladar techaron nuestras frentes.
—Porque no le
dejé que saliese a la puerta, —Nativa, la hija—, me ha echado Miguel
al pavo. A su pavo.
¡Qué diestra de
subprefecto, la diestra del padrE, revelando, el hombre, las falanjas
filiales del niño! Podía así otorgarle las venturas que el hombre
deseara más tarde. Sin embargo:
—Y mañana, a la
escuela, —disertó magistralmente el padre, ante el público semanal de
sus hijos.
—Y tal, la ley, la
causa de la ley. Y tal también la vida.
Mamá debió llorar,
gimiendo a penas la madre. Ya nadie quiso comer. En los labios del padre
cupo, para salir rompiéndose, una fina cuchara que conozco. En las
fraternas bocas, la absorta amargura del hijo, quedó atravesada.
Más, luego, de
improviso, salió de un albañal de aguas llovedizas y de aquel mismo
patio de la visita mala, una gallina, no ajena ni ponedora, sino brutal y
negra. Cloqueaba en mi garganta. Fue una gallina vieja, maternal mente
viuda de unos pollos que no llegaron a incubarse. Origen olvidado de ese
instante, la gallina era viuda de sus hijos. Fueron hallados vacíos todos
los huevos. La clueca después tuvo el verbo.
Nadie la espantó. Y
de espantarla, nadie dejó arrullarse por su gran calofrío maternal.
—¿Dónde están
los hijos de la gallina vieja?
—¿Dónde están
los pollos de la gallina vieja?
¡Pobrecitos!
¡Dónde estarían!
EL
MOMENTO MÁS GRAVE DE LA VIDA
Un hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla del Marne
cuando fui herido en el pecho.
Otro hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida, ocurrió en un maremoto de
Yokohama, del cual salvé milagrosamente,
refugiado bajo el alero
de una tienda de lacas.
Y otro hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida acontece cuando duermo de día.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida ha estado en mi mayor soledad.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del
Perú.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil
a mi padre.
Y el ultimo hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía.
Las ventanas se han estremecido...
Las
ventanas se han estremecido, elaborando una metafísica del universo.
Vidrios han caído. Un enfermo lanza su queja: la mitad por su boca
lenguada y sobrante, y toda entera, por el ano de su espalda..
Es el huracán. Un
castaño del jardín de las Tullerías habráse abatido, al soplo del
viento, que mide ochenta metros por segundo. Capiteles de los barrios
antiguos, habrán caído, hendiendo, matando..
¿De qué punto
interrogo, oyendo a ambas riberas de los océanos, de qué punto viene
este huracán, tan digno de crédito, tan honrado de deuda derecho a las
ventanas del hospital? Ay las direcciones inmutables, que oscilan entre el
huracán y esta pena directa de toser o defecar! Ay! las direcciones
inmutables, que así prenden muerte en las entrañas del hospital y
despiertan células clandestinas a deshora, en los cadáveres..
¿Qué pensaría de
si el enfermo de enfrente, ése que está durmiendo, si hubiera percibido
el huracán? El pobre duerme, boca arriba, a la cabeza de su morfina, a
los pies de toda su cordura. Un adarme más o menos en la dosis y le
llevarán a enterrar, el vientre roto, la boca arriba, sordo el huracán,
sordo a su vientre roto, ante el cual suelen los médicos dialogar y
cavilar largamente, para, al fin, pronunciar sus llanas palabras de
hombres..
La familia rodea al
enfermo agrupándose ante sus sienes regresivas, indefensas, sudorosas. Ya
no existe hogar sino en torno al velador del pariente enfermo, donde
montan guardia impaciente, sus zapatos vacantes, sus cruces de repuesto,
sus píldoras de opio. La familia rodea la mesita por espacio de un alto
dividendo. Una mujer acomoda en el borde de la mesa, la taza, que casi se
ha caído. Ignoro lo que será del enfermo esta mujer, que le besa y no
puede sanarle con el beso, le mira y no puede sanarle con los ojos, le
habla y no puede sanarle con el verbo. ¿Es su madre? ¿Y cómo, pues, no
puede sanarle? ¿Es su amada? ¿Y cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es su
hermana? Y ¿cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es, simplemente, una mujer?
¿Y cómo pues, no puede sanarle? Porque esta mujer le ha besado, le ha
mirado, le ha hablado y hasta le ha cubierto mejor el cuello al enfermo y
¡cosa verdaderamente asombrosa! no le ha sanado..
El paciente
contempla su calzado vacante. Traen queso. Llevan sierra. La muerte se
acuesta al pie del lecho, a dormir en sus tranquilas aguas y se duerme.
Entonces, los libres pies del hombre enfermo, sin menudencias ni
pormenores innecesarios, se estiran en acento circunflejo, y se alejan, en
una extensión de dos cuerpos de novios, del corazón..
El cirujano ausculta
a los enfermos horas enteras. Hasta donde sus manos cesan de trabajar y
empiezan a jugar, las lleva a tientas, rozando la piel de los pacientes,
en tanto sus párpados científicos vibran, tocados por la indocta, por la
humana flaqueza del amor. Y he visto a esos enfermos morir precisamente
del amor desdoblado del cirujano, de los largos diagnósticos, de las
dosis exactas, del riguroso análisis de orinas y excrementos. Se rodeaba
de improviso un lecho con un biombo. Médicos y enfermeros cruzaban
delante del ausente, pizarra triste y próxima, que un niño llenara de
números, en un gran monismo de pálidos miles. Cruzaban así, mirando a
los otros, como si más irreparable fuese morir de apendicitis o
neumonía, y no morir al sesgo del paso de los hombres..
Sirviendo a la causa
de la religión, vuela con éxito esta mosca, a lo largo de la sala. A la
hora de la visita de los cirujanos, sus zumbidos nos perdonan el pecho,
ciertamente, pero desarrollándose luego, se adueñan del aire, para
saludar con genio de mudanza, a los que van a morir. Unos enfermos oyen a
esa mosca hasta durante el dolor y de ellos depende, por eso, el linaje
del disparo, en las noches tremebundas..
¿Cuánto tiempo ha
durado la anestesia, que llaman los hombres? ¡Ciencia de Dios, Teodicea!
si se me echa a vivir en tales condiciones, anestesiado totalmente,
volteada mi sensibilidad para adentro! ¡Ah doctores de las sales, hombres
de las esencias, prójimos de las bases! Pido se me deje con mi tumor de
conciencia, con mi irritada lepra sensitiva, ocurra lo que ocurra aunque
me muera! Dejadme dolerme, si lo queréis, mas dejadme despierto de
sueño, con todo el universo metido, aunque fuese a las malas, en mi
temperatura polvorosa..
En el mundo de la
salud perfecta, se reirá por esta perspectiva en que padezco; pero, en el
mismo plano y cortando la baraja del juego, percute aquí otra risa de
contrapunto..
En la casa del
dolor, la queja asalta síncopes de gran compositor, golletes de
carácter, que nos hacen cosquillas de verdad, atroces, arduas, y,
cumpliendo lo prometido, nos hielan de espantosa incertidumbre..
En la casa del
dolor, la queja arranca frontera excesiva. No se reconoce en esta queja de
dolor, a la propia queja de la dicha en éxtasis, cuando el amor y la
carne se eximen de azor y cuando, al regresar, hay discordia bastante para
el diálogo..
¿Dónde está,
pues, el otro flanco de esta queja de dolor, si, a estimarla en conjunto,
parte ahora del lecho de un hombre?.
De la casa del dolor
parten quejas tan sordas e inefables y tan colmadas de tanta plenitud que
llorar por ellas sería poco, y sería ya mucho sonreír..
Se atumulta la
sangre en el termómetro..
¡No es grato morir,
señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino
sobre lo que se deja en la vida! ¡No es grato morir, señor, si en la
vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se
deja en la vida! ¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y
si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que pudo dejarse en la
vida!
VOY A
HABLAR DE LA ESPERANZA
Yo no sufro este dolor como César
Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser
vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni
como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también
sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si
no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese
católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más
abajo. Hoy sufro solamente..
Me duelo ahora sin
explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de
causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que
dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su
causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del
viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que
algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor
sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería
igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente..
Miro el dolor del
hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de
quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de
yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más
engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!.
Yo creía hasta
ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o
hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta
espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo
pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una
estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy
sufro solamente.
Hallazgo de la vida
¡Señores! Hoy es la primera vez
que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes
dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable,
espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me
extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.
Mi gozo viene de lo
inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la
presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he
sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto que me haría
desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida,
y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se
le caerían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos,
para mantenerse de pie ante mis ojos.
Nunca, sino ahora,
ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora,
ha habido casas y avenidas, aire y horizonte. Si viniese ahora mi amigo
Peyriet, les diría que yo no le conozco y que debemos empezar de nuevo.
¿Cuándo, en efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la
primera vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a
verme, como si no me conociera, es decir, por la primera vez.
Ahora yo no conozco
a nadie ni nada. Me advierto en un país extraño, en el que todo cobra
relieve de nacimiento, luz de epifanía inmarcesible. No, señor. No hable
usted a ese caballero. Usted no lo conoce y le sorprendería tan inopinada
parla. No ponga usted el pie sobre esa piedrecilla: quién sabe no es
piedra y vaya usted a dar en el vacío. Sea usted precavido, puesto que
estamos en un mundo absolutamente inconocido.
¡Cuán poco tiempo
he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de medida para
contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía!
Señores: soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí!
Nunca, sino ahora,
oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran
construcción del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora avancé
paralelamente a la primavera, diciéndola: «Si la muerte hubiera sido
otra...». Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas
de Sacre-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró
hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta,
otra puerta y el canto cordial de las distancias.
¡Dejadme! La vida
me ha dado ahora en toda mi muerte.
NÓMINA
DE HUESOS
Se pedía a grandes voces:
—Que muestre las dos manos a la vez.
Y esto no fue posible.
—Que, mientras llora, le tomen la medida de sus pasos.
Y esto no fue posible.
—Que piense un pensamiento idéntico, en el tiempo en que un cero
permanece inútil.
Y esto no fue posible.
—Que haga una locura.
Y esto no fue posible.
—Que entre él y otro hombre semejante a él, se interponga una
muchedumbre de hombres como él.
Y esto no fue posible.
—Que le comparen consigo mismo.
Y esto no fue posible.
—Que le llamen, en fin, por su nombre.
Y esto no fue posible.
Una mujer de senos apacibles...
Una mujer de senos apacibles, ante
los que la lengua de la vaca resucita una glándula violenta. Un hombre de
templanza, mandibular de genio, apto para marchar de dos a dos con los
goznes de los cofres. Un niño está al lado del hombre, llevando por el
revés, el derecho animal de la pareja.
¡Oh la palabra del
hombre, libre de adjetivos y de adverbios que la mujer decline en su
único caso de mujer, aun entre las mil voces de la Capilla Sixtina! ¡Oh
la falda de ella, en el punto maternal donde pone el pequeño las manos y
juega a los pliegues, haciendo a veces agrandar las pupilas de la madre,
como en las sanciones de los confesionarios!
Yo tengo mucho gusto
de ver así al Padre, al Hijo y al Espiritusanto, con todos los emblemas e
insignias de sus cargos.
No vive ya nadie...
—No vive ya nadie en la casa —me
dices—; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen
despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.
Y yo te digo: Cuando
alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no
está solo. Unicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde
ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las
viejas, por que sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres.
Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando
empiezan a habitarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una
tumba. De aquí esa irresistible semejanza que hay entre una casa y una
tumba. Sólo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras que la
tumba se nutre de la muerte del hombre. Por eso la primera está de pie,
mientras que la segunda está tendida.
Todos han partido de
la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el
recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que
ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa. Las funciones y
los actos se van de la casa en tren o en avión o a caballo, a pie o
arrastrándose. Lo que continúa en la casa es el órgano, el agente en
gerundio y en círculo. Los pasos se han ido, los besos, los perdones, los
crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el
corazón. Las negaciones y las afirmaciones, el bien y el mal, se han
dispersado. Lo que continúa en la casa, es el sujeto del acto.
Existe un mutilado...
Existe un mutilado, no de un
combate sino de un abrazo, no de la guerra sino de la paz. Perdió el
rostro en el amor y no en el odio. Lo perdió en el curso normal de la
vida y no en un accidente. Lo perdió en el orden de la naturaleza y no en
el desorden de los hombres. El coronel Piccot, Presidente de “Les
Gueules Cassées”, lleva la boca comida por la pólvora de 1914. Este
mutilado que conozco, lleva el rostro comido por el aire inmortal e
inmemorial.
Rostro muerto sobre
el tronco vivo. Rostro yerto y pegado con clavos a la cabeza viva. Este
rostro resulta ser el dorso del cráneo, el cráneo del cráneo. Vi una
vez un árbol darme la espalda y vi otra vez un camino que me daba la
espalda. Un árbol de espaldas sólo crece en los lugares donde nunca
nació ni murió nadie. Un camino de espaldas sólo avanza por los lugares
donde ha habido todas las muertes y ningún nacimiento. El mutílado de la
paz y del amor, del abrazo y del orden y que lleva el rostro muerto sobre
el tronco vivo, nació a la sombra de un árbol de espaldas y su
existencia transcurre a lo largo de un camino de espaldas.
Como el rostro está
yerto y difunto, toda la vida psíquica, toda la expresión animal de
este hombre, se refugia, para traducirse al exterior, en el peludo
cráneo, en el tórax y en las extremidades. Los impulsos de su ser
profundo, al salir, retroceden del rostro y la respiración, el olfato, la
vista, el oído, la palabra, el resplandor humano de su ser, funcionan y
se expresan por el pecho, por los hombros, por el cabello, por las
costillas, por los brazos y las piernas y los pies.
Mutilado del rostro,
tapado del rostro, cerrado del rostro, este hombre, no obstante, está
entero y nada le hace falta. No tiene ojos y ve y llora. No tiene narices
y huele y respira. No tiene oídos y escucha. No tiene boca y habla y
sonríe. No tiene frente y piensa y se sume en sí mismo. No tiene mentón
y quiere y subsiste. Jesús conocía al mutilado de la función, que
tenía ojos y no veía y tenía orejas y no oía. Yo conozco al mutilado
del órgano, que ve sin ojos y oye sin orejas.
ALGO TE IDENTIFICA
Algo te identifica con el que se
aleja de ti, y es la facultad común de volver: de ahí tu más grande
pesadumbre.
Algo te separa del
que se queda contigo, y es la esclavitud común de partir: de ahí tus
más nimios regocijos.
Me dirijo, en esta
forma, a las individualidades colectivas, tanto como a las colectividades
individuales y a los que, entre unas y otras, yacen marchando al son de
las fronteras o, simplemente, marcan el paso inmóvil en el borde del
mundo.
Algo típicamente
neutro, de inexorablemente neutro, interpónese entre el ladrón y su
víctima. Esto, así mismo, puede discernirse tratándose del cirujano y
del paciente. Horrible medialuna, convexa y solar, cobija a unos y otros.
Porque el objeto hurtado tiene también su peso indiferente, y el órgano
intervenido, también su grasa triste.
¿Qué hay de más
desesperante en la tierra, que la imposibilidad en que se halla el hombre
feliz de ser infortunado y el hombre bueno, de ser malvado?
¡Alejarse!
¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas
palabras.
Cesa el anhelo...
Cesa el anhelo, rabo al aire. De
súbito, la vida amputa, en seco. Mi propia sangre me salpica en líneas
femeninas, y hasta la misma urbe sale a ver esto que se para de improviso.
—Qué ocurre
aquí, en este hijo del hombre? —clama la urbe, y en una sala del
Louvre, un niño llora de terror a la vista del retrato de otro niño.
—Qué ocurre
aquí, en este hijo de mujer? —clama la urbe, y a una estatua del siglo
de los Ludovico, le nace una brizna de yerba en plena palma de la mano.
Cesa el anhelo, a la
altura de la mano enarbolada. Y yo me escondo detrás de mí mismo, a
aguaitarme si paso por lo bajo o merodeo en alto.
¡Cuatro
conciencias...
¡Cuatro conciencias
simultáneas enrédanse en la mía!
¡Si vierais cómo ese movimiento
apenas cabe ahora en mi conciencia!
¡Es aplastante! Dentro de una bóveda
pueden muy bien
adosarse, ya internas o ya externas,
segundas bóvedas, mas nunca cuartas;
mejor dicho, sí,
mas siempre y, a lo sumo, cual segundas.
No puedo concebirlo; es aplastante.
Vosotros mismos a quienes inicio en la noción
de estas cuatro conciencias simultáneas,
enredadas en una sola, apenas os tenéis
de pie ante mi cuadrúpedo intensivo.
¡Y yo que le entrevisto (Estoy seguro)!
Entre el dolor y el placer...
Entre el dolor y el placer median
tres criaturas,
de las cuales la una mira a un muro,
la segunda usa de ánimo triste
y la tercera avanza de puntillas;
pero, entre tú y yo,
sólo existen segundas criaturas.
Apoyándose en mi frente,
el día conviene en que, de veras,
hay mucho de exacto en el espacio;
pero, si la dicha, que, al fin, tiene un tamaño,
principia ¡ay! por mi boca,
¿quién me preguntará por mi palabra?
Al sentido instantáneo de la eternidad
corresponde
este encuentro investido de hilo negro,
pero a tu despedida temporal,
tan sólo corresponde lo inmutable,
tu criatura, el alma, mi palabra.
En el momento en
que el tenista...
En el momento en que el tenista
lanza magistralmente
su bala, le posee una inocencia totalmente animal;
en el momento
en que el filósofo sorprende una nueva verdad
es una bestia completa.
Anatole France afirmaba
que el sentimiento religioso
es la función de un órgano especial del cuerpo humano
hasta ahora ignorado y se podría
decir también, entonces
que, en el momento exacto en que un tal órgano
funciona plenamente,
tan puro de malicia está el creyente,
que se diría casi un vegetal.
Oh alma! ¡Oh pensamiento! ¡Oh Marx! ¡Oh Feuerbach!
ME ESTOY RIENDO
Un guijarro, uno solo, el más bajo
de todos,
controla
a todo el médano aciago y faraónico.
El aire adquiere tensión de recuerdo y de anhelo,
y bajo el sol se calla
hasta exigir el cuello a las pirámides.
Sed. Hidratada melancolía de la tribu errabunda,
gota
a
gota
del siglo al minuto.
Son tres Treses paralelos,
barbados de barba inmemorial,
en
marcha 3 3 3
Es el tiempo este anuncio de gran zapatería,
es el tiempo, que marcha descalzo
de la
muerte hacia la
muerte.
He aquí que hoy
saludo...
He aquí que hoy saludo, me pongo
el cuello y vivo,
superficial de pasos insondable de plantas.
Tal me recibo de hombre, tal más bien me despido
y de cada hora mía retoña una distanciA.
Queréis más? encantado.
Políticamente, mi palabra
emite cargos contra mi labio inferior
y económicamente,
cuando doy la espalda a Oriente,
distingo en dignidad de muerte a mis visitas.
Desde totales códigos regulares saludo
al soldado desconocido
al verso perseguido por la tinta fatal
y al saurio que Equidista diariamente
de su vida y su muerte,
como quien no hace la cosa.
El tiempo tiene hun miedo ciempiés a los relojes.
(Los lectores pueden poner el título que quieran a este poema)
LOMO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
Sin haberlo advertido jamás,
exceso por turismo
y sin agencias
de pecho en pecho hacia la madre unánime.
Hasta París ahora vengo a ser hijo. Escucha,
Hombre, en verdad te digo que eres el HIJO ETERNO
pues para ser hermano tus brazos son escasamente iguales
y tu malicia para ser padre, es mucha.
La talla de mi madre moviéndome por índole
de movimiento,
y poniéndome serio, me llega exactamente al corazón:
pesando cuanto cayera de vuelo con mis tristes abuelos,
mi madre me oye en diámetro callándose en altura.
Mi metro está midiendo ya dos metros
mis huesos concuerdan en género y en número
y el verbo encarnado habita entre nosotros
y el verbo encarnado habita, al hundirme en el baño,
un alto grado de perfección.
Literatura
.us
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