Nathaniel Hawthorne
(Salem, Massachusetts, 1804 - Plymouth, New Hampshire, 1864)


El joven Goodman Brown (1835)
(�Young Goodman Brown�)
Originalmente publicado en The New-England Magazine (abril 1835);
Mosses from an Old Manse (1946)



      El joven Goodman[1] Brown sali� a la calle de la aldea de Salem cuando el sol se pon�a. Pero despu�s de cruzar el umbral introdujo de nuevo la cabeza para cambiar besos de despedida con su reciente esposa. Y Fe, como tan apropiadamente se llamaba, sac� a su vez su linda cabecita, permitiendo que el viento jugara con las cintas rosadas de la cofia mientras llamaba a Goodman Brown.
       �Coraz�n m�o �susurr� suavemente y con un dejo de tristeza cuando sus labios le rozaron la oreja�, te suplico que postergues el viaje hasta la madrugada y que esta noche duermas en tu cama. A una mujer cuando se queda sola la perturban tales sue�os y tales pensamientos, que a veces tiene miedo de s� misma. Te lo ruego, qu�date conmigo esta noche, entre todas las noches del a�o.
       �Mi amor y mi Fe �replic� el joven Goodman Brown�, entre todas las noches del a�o, tengo que pasar esta �nica noche lejos de ti. Mi viaje, como t� lo llamas, sin falta debe hacerse de ida y vuelta de aqu� al amanecer. �C�mo! Mi dulce, bella esposa, �dudas t� ya de m�, cuando apenas llevamos tres meses de casados?
       �Siendo as�, que Dios te bendiga �dijo Fe, la de las cintas rosas�; y ojal� encuentres todo bien a tu regreso.
       �Am�n �respondi� Goodman Brown�. Reza tus oraciones, querida Fe, acu�state temprano y nada malo va a ocurrirte.
       As� se despidieron. Y el joven prosigui� su camino hasta que, a punto de doblar la esquina del templo, mir� hacia atr�s y vio la cabeza de Fe toda v�a asomada, contempl�ndolo con aire melanc�lico a pesar de las cintas rosadas.
       «Pobrecita Fe �pens�, puesto que el coraz�n lo castigaba�. �Soy un canalla, dejarla para embarcarme en semejante cometido! Ella tambi�n habla de sue�os. Mientras lo hac�a me pareci� ver angustia en su rostro, como si un sue�o la hubiera prevenido sobre la clase de tarea que esta noche ha de llevarse a cabo. �Pero no, no; la matar�a el solo pensarlo! En fin, ella es un �ngel bendito en este mundo; y despu�s de esta �nica noche me coser� a sus faldas y la seguir� hasta el cielo.»
       Con esta excelente decisi�n para el futuro Goodman Brown se sinti� justificado para apurarse todav�a m�s en su presente prop�sito maligno. Hab�a cogido por un camino l�gubre, oscurecido por los �rboles m�s siniestros del bosque, que apenas si se hac�an a un lado para dejar que la trocha se escurriera entre ellos, cerr�ndose en el acto por detr�s. La ruta no pod�a ser m�s despoblada; y en tales soledades se presenta la particularidad de que el viajero ignora si hay alguien escondido tras los innumerables troncos y arriba en el ramaje, de modo que al andar a solas puede as� y todo estar pasando en medio de una multitud invisible.
       «Detr�s de cada �rbol puede haber un indio endemoniado �se dijo Goodman Brown, mirando para atr�s mientras a�ad�a�: �Hasta el diablo en persona me puede estar pisando los talones!»
       As�, con la cabeza vuelta, dobl� un recodo del camino. Cuando volvi� a mirar de frente avist� la silueta de un hombre trajeado de modo sobrio y digno, que esperaba sentado al pie de un �rbol a�oso y que se levant� cuando �l estuvo cerca para seguirle el paso hombro a hombro.
       �Llegas tarde, Goodman Brown �le dijo�. El reloj de la iglesia de Old South daba la hora cuando pas� por Boston y eso fue hace quince minutos cumplidos.
       �Fe me detuvo un rato �replic� el joven, con la voz temblorosa por la s�bita aparici�n del compa�ero, aunque no era del todo inesperada.
       El bosque estaba ya sumido en las sombras, m�s intensas en el paraje por el que transitaban. Hasta donde pod�a discernirse, el segundo viajero aparentaba unos cincuenta a�os, por lo visto ocupaba un rango social similar al de Goodman Brown y se le parec�a bastante, quiz�s m�s en el porte que en los rasgos. Con todo, podr�an pasar por padre e hijo. No obstante, aunque el mayor vest�a de modo tan sencillo como el joven e igualmente sencillo era su comportamiento, ten�a el aire indescriptible de alguien que conoc�a el mundo y que no se habr�a sentido apocado en la mesa de banquetes del Gobernador o en la corte del rey Guillermo[2], de ser posible que hasta all� lo hubieran conducido sus asuntos. Pero la �nica cosa en su persona que se podr�a se�alar como extraordinaria era su bast�n, que ten�a la apariencia de una gran culebra negra y estaba labrado de modo tan curioso que parec�a enroscarse y retorcerse por s� solo, como una serpiente viva. Esto, por supuesto, deb�a de ser una ilusi�n �ptica, favorecida por la luz incierta.
       �Vamos, Goodman Brown �lo llam� el compa�ero de jornada�, este paso es muy lento para empezar un viaje. Toma mi bast�n, si es que tan pronto te has cansado.
       �Amigo �dijo el otro, que de la marcha lenta pas� a parar del todo�, ya cumpl� con el pacto encontr�ndonos aqu�; y ahora mi intenci�n es devolverme al punto de partida. Tengo escr�pulos respecto del asunto que sabemos.
       ��Conque eso dices? �respondi� el de la serpiente, riendo para s�. De todos modos sigamos caminando mientras lo discutimos; y si no te convenzo, te devuelves. Todav�a no hemos recorrido m�s que un corto trecho.
       ��Demasiado lejos, demasiado! �exclam� el joven esposo, reanudando la marcha sin darse cuenta�. Mi padre nunca se adentr� en el bosque para emprender semejante aventura, ni antes su padre. Desde los tiempos de los m�rtires hemos sido un linaje de hombres honrados y buenos cristianos; y yo ser�a el primer Brown en tomar por este camino y andar�
       �En semejante compa��a, ibas a decir �observ� el personaje mayor, interpretando la pausa�. �Bien dicho, Goodman Brown! Conozco a tu familia tan bien como a ninguna otra entre los puritanos. Le ayud� a tu abuelo el alguacil cuando con tantos br�os azot� a la cu�quera por las calles de Salem; y fui yo el que le procur� a tu padre la tea de pino embreado, encendida en mi propio hogar, para que le prendiera fuego al poblado de indios durante la guerra del jefe Metacomet. Ambos fueron buenos amigos m�os; y dimos m�s de un paseo agradable por este mismo camino y regres�bamos llenos de alegr�a pasada la medianoche. Por consideraci�n a ellos me gustar�a ser tu amigo.
       �Si es como usted dice �respondi� Goodman Brown�, me sorprende que jam�s hablaran de estas cosas; o, en realidad, no me sorprende, en vista de que el menor rumor al respecto los habr�a expulsado de Nueva Inglaterra. Somos gente de oraci�n y, por si fuera poco, gente de buenas obras, y no practicamos semejantes maldades.
       �Maldades o no �dijo el caminante del bast�n retorcido�, gozo de un trato muy amplio aqu� en Nueva Inglaterra. Los di�conos de m�s de una parroquia han bebido conmigo el vino de la comuni�n; los administradores de diversos pueblos consideran que soy su presidente; y en la Asamblea Legislativa la mayor�a de los miembros apoya firmemente mis intereses. Adem�s, el Gobernador y yo� Pero esos son secretos de Estado.
       ��Podr� ser cierto? �exclam� Goodman Brown, lanzando una mirada de estupor a su desaprensivo acompa�ante�. Sea como sea, no tengo nada que ver con el Gobernador o la Asamblea. Ellos hacen lo que les parece y no tienen autoridad sobre un simple granjero como yo. Pero, si yo siguiera con usted, �c�mo podr�a darle despu�s la cara a ese buen anciano, a mi pastor en la aldea de Salem? El mero sonido de su voz me pondr�a a temblar en los d�as de fiesta y en los d�as de pr�dica.
       Hasta entonces el caminante de mayor edad hab�a escuchado con la circunspecci�n debida, pero ahora ech� a re�r de modo incontenible, sacudi�ndose con tal violencia que el sinuoso bast�n de veras pareci� culebrear en concordancia.
       ��Ja, ja, ja! �ri� una y otra vez hasta que, recobrando la compostura, dijo�: est� bien, contin�a Goodman Brown, pero por favor no hagas que me muera de risa.
       �Bien, entonces, para que terminemos de una vez con el asunto �dijo Goodman Brown, bastante picado�, est� mi esposa, Fe. Le partir�a su fr�gil y tierno coraz�n; y yo m�s bien me partir�a el m�o.
       �No, si ese es el caso �respondi� el otro�, es mejor que hagas como te parezca, Goodman Brown. Ni por veinte viejas como la que va rengueando all� adelante querr�a yo que tu Fe sufriera da�o alguno.
       Al decir esto apunt� con el bast�n hacia la silueta de una mujer en el camino, que Goodman Brown reconoci� como la de una se�ora devota y ejemplar que le hab�a ense�ado el catecismo en la infancia y que segu�a siendo su consejera moral y espiritual, conjuntamente con el pastor y el di�cono Gookin.
       �Un prodigio, de veras, que la t�a Closse ande de noche tan lejos en el bosque �dijo Brown�. Pero con su permiso, amigo, voy a tomar un atajo por el monte hasta que hayamos dejado atr�s a esa cristiana. Como no se conocen, podr�a preguntarme con qui�n ando asociado y ad�nde me dirijo. �As� sea �dijo el acompa�ante�. M�tete por el monte y deja que yo siga por el camino.
       Por consiguiente, el joven se desvi�. Pero se daba ma�a para ir observando al compa�ero, que prosigui� tranquilamente hasta que estuvo a pocos pasos de la vieja se�ora. Mientras tanto, ella avanzaba como mejor pod�a, con inusitada rapidez para tratarse de una mujer de tanta edad y mascullando palabras indistintas �una oraci�n, sin duda� al andar. El caminante levant� el bast�n y le toc� la nuca marchita con lo que parec�a la cola de la serpiente. ��El demonio! �chill� la vieja beata.
       ��De modo que la t�a Cloyse reconoce a su viejo amigo? �inquiri� el viajero, poni�ndosele enfrente y apoy�ndose en el palo retorcido.
       ��Ah, c�mo no! �Pero efectivamente se trata de su se�or�a? �exclam� la buena mujer�. S�, claro, y a imagen y semejanza de mi viejo compinche Goodman Brown, el abuelo del tonto que ahora lleva el nombre. Pero, �lo creer�a su se�or�a?, mi escoba desapareci� como por ensalmo, sospecho que robada por esa bruja sin colgar de la t�a Cory, y eso cuando adem�s yo andaba toda ungida de jugo de ca�arejo, y de cincoenrama, y de ac�nito…
       �Majado todo con trigo menudo y con la grasa de un reci�n nacido �dijo la aparici�n del viejo Goodman Brown.
       ��Ah, su se�or�a conoce la receta! �exclam� la anciana, soltando un cacareo�. As� que, como ven�a diciendo, estando lista para la reuni�n, y sin caballo, me decid� a recorrer a pie todo el camino. Porque me dicen que esta noche vamos a admitir en comuni�n a un agradable jovencito. Pero ahora su atenta se�or�a me va a dar el brazo y estaremos all� en un abrir y cerrar de ojos.
       �A duras penas puede ser �contest� su amigo�. No puedo ofrecerle mi brazo, t�a Cloyse. Pero aqu� tiene mi bast�n si lo desea.
       Diciendo esto lo arroj� a los pies de la vieja; en donde acaso cobr� vida, pues se trataba de uno de los b�culos que en tiempos pasados el due�o les facilitara a los magos de Egipto. Sin embargo, Goodman Brown no pudo tomar conocimiento de este hecho. La sorpresa lo hab�a hecho alzar la vista al cielo. Y cuando otra vez baj� los ojos no vio a la t�a Cloyse ni al bast�n serpentino, sino a su compa�ero, solo y esper�ndolo tan tranquilo como si nada hubiera sucedido.
       �Esa anciana me ense�� el catecismo �dijo el joven.
       Y hab�a todo un mundo de significaci�n en este escueto comentario. Siguieron andando mientras el mayor exhortaba al otro a que fuera m�s r�pido y a que perseverara en el camino, arguyendo con tanta habilidad que sus razonamientos parec�an brotar del pecho de su oyente m�s bien que sugeridos por �l mismo. Arranc� de pasada una rama de arce que le sirviera de bast�n y comenz� a despojarla de tallos y reto�os, humedecidos por el roc�o vespertino. Cuando sus dedos los tocaban, se ajaban de modo singular y se secaban como si hubieran recibido una semana de sol. Y as�, a buen paso y sin obst�culos, prosigui� la pareja hasta que, de pronto, en una oscura hondonada del camino, Goodman Brown se sent� en el toc�n de un �rbol y se neg� a seguir adelante.
       �Amigo �dijo tercamente�, ya lo he decidido: no voy a dar un paso m�s en estas andanzas. Qu� importa que una vieja desgraciada prefiera irse al diablo cuando yo pensaba que iba a ir al cielo. �Es esa una raz�n para que yo abandone a mi querida Fe y la siga a ella?
       �Con el tiempo vas a pensar mejor sobre todo esto �dijo serenamente el conocido�. Qu�date aqu� sentado y descansa un rato. Y cuando tengas ganas de moverte otra vez, aqu� est� mi bast�n para ayudarte en el camino.
       Sin m�s palabras le arroj� al compa�ero el palo de arce y se perdi� de vista velozmente, como si se hubiera esfumado en las tinieblas cada vez m�s densas. El joven permaneci� sentado un rato a la vera del camino, felicit�ndose fervorosamente y pensando en la limpia conciencia con que le har�a frente al pastor en su paseo matinal y en que no tendr�a que rehuir la mirada del buen di�cono Gookin. �Y qu� sue�o apacible ser�a el suyo aquella misma noche, que antes iba a emplear malignamente, pero tan pura y dulcemente ahora en los brazos de Fe! Estando absorto en tan placenteras y encomiables meditaciones, Goodman Brown escuch� trancos de caballos por el camino y consider� prudente esconderse en la orilla del bosque, sabedor del culpable prop�sito que lo hab�a tra�do hasta ese lugar, aunque ya lo hab�a abandonado felizmente.
       Hasta �l llegaron el ruido de los cascos y el de las graves y cascadas voces de dos jinetes que charlaban despreocupadamente mientras se iban acercando. Estos sonidos varios parecieron pasar a unos cuantos pasos del escondite del joven. Pero, sin duda debido a la espesura de la oscuridad en aquel paraje singular, no se vieron los viajeros ni sus bestias. Si bien rozaron con el cuerpo las bajas frondas que bordeaban el camino, no pudo verse que interceptaran ni por un instante el tenue resplandor que proven�a de la franja de cielo contra la cual hab�an debido recortarse. Goodman Brown se acurruc� y se empin� por turnos, apartando las ramas y aso mando la cabeza hasta donde se atrevi�, sin discernir una sombra siquiera. Esto lo inquiet� a�n m�s, porque podr�a haber jurado que, si tal cosa fuera posible, hab�a reconocido las voces del pastor y el di�cono Gookin, quienes cabalgaban a trote corto, en calma, como sol�an hacer cuando iban rumbo a una ordenaci�n o un concilio de iglesias. Mientras estaban todav�a al alcance del o�do, uno de los jinetes se detuvo a sacar una fusta.
       �De las dos, su reverencia �dijo la voz parecida a la del di�cono�, preferir�a perderme la cena de ordenaci�n y no la reuni�n de esta noche. Dicen que algunos miembros de nuestra comunidad van a venir de Falmouth y m�s lejos, y otros de Connecticut y Rhode Island, aparte de varios indios hechiceros que, a su manera, saben tanto de artes diab�licas como los mejores de los nuestros. Adem�s, hay una joven de buenas aptitudes que vamos a admitir en comuni�n.
       ��Excelente, di�cono Gookin! �respondi� el timbre solemne y cascado del pastor�. Piquemos las espuelas o llegaremos tarde. No puede hacerse nada, ya lo sabes, hasta que yo no est� sobre el terreno.
       Se escuch� otra vez el ruido de los cascos. Y las voces que tan extra�amente conversaban en el aire vac�o siguieron bosque adentro, en donde nunca se hab�a congregado iglesia alguna o hab�a rezado ning�n cristiano solitario. �Ad�nde entonces pod�an dirigirse estos hombres de Dios, en las entra�as de la selva pagana?
       A punto de irse al suelo, desfalleciente y agobiado por un infinito malestar del coraz�n, el joven Goodman Brown tuvo que agarrarse a un �rbol para sostenerse. Alz� la vista al firmamento, dudando si en realidad hab�a un cielo sobre su cabeza. Sin embargo, all� estaba la b�veda azul; y los luceros titilando en ella.
       �Con el cielo arriba y con Fe en la tierra seguir� firme contra el demonio! �grit� Goodman Brown.
       En tanto que miraba fijamente la profunda b�veda celeste con las manos levantadas para orar, una nube, a pesar de que el viento no soplaba, cubri� el cenit r�pidamente y ocult� las estrellas que lo iluminaban. Todav�a se ve�a el cielo azul, excepto en la zona que quedaba directamente arriba, por donde la masa nubosa surcaba veloz con direcci�n al norte. Desde los aires, como viniendo de las profundidades de la nube, descend�a un sonido de voces equ�voco y confuso. Por un instante �l crey� distinguir los acentos de gentes de su pueblo, hombres y mujeres, unos p�os y otros profanos, con muchos de los cuales se hab�a encontrado en la mesa de la santa cena mientras a otros los hab�a visto de farra en la taberna. Tan indistintos eran los sonidos, que al momento dud� haber o�do otra cosa que el murmullo del viejo bosque, susurrando sin viento. Pero otra vez cobraron fuerza aquellos tonos familia res que escuchaba a diario bajo el sol de la aldea de Salem, mas nunca hasta el presente procedentes de una nube de sombras. Hab�a una voz, la de una joven, que profer�a lamentos, aunque lo hac�a con una pena incierta, y que imploraba alguna merced que acaso le afligir�a obtener; mientras la turba invisible, justos y pecadores, parec�a alentarla a que siguiera adelante.
       ��Fe! �exclam� Goodman Brown, con un grito de agon�a y desesperaci�n; y los ecos del bosque lo imitaron, gritando «�Fe, Fe!» como si un coro de infelices anduviera perplejo busc�ndola por todos los rincones de la espesura.
       El alarido de terror, furia y congoja hend�a la noche mientras el desdichado esposo conten�a el aliento esperando respuesta. Se escuch� un grito, de inmediato ahogado por un recrudecer del vocer�o, que se fue apagando en medio de remotas carcajadas a medida que la nube se perd�a en lontananza, dejando el cielo claro y silencioso sobre Goodman Brown. Pero algo liviano cay� revoloteando por el aire y se enganch� en la rama de un �rbol. El joven lo tom� y se encontr� con una cinta rosa.
       ��Mi Fe se ha ido! �gimi�, tras un momento de estupefacci�n�. No existe el bien sobre la tierra. Y el pecado es s�lo un nombre. Ven pues, demonio; ya que este mundo a ti te ha sido adjudicado.
       Y enloquecido de desesperaci�n, de tal manera que estuvo riendo en voz alta un largo rato, Goodman Brown agarr� el bast�n y parti� otra vez, con tal velocidad que parec�a volar sobre el camino m�s bien que andar o que correr. La senda se fue haciendo cada vez m�s agreste y m�s t�trica y su trazo cada vez m�s borroso, hasta que desapareci� del todo, abandon�ndolo en las entra�as de la selva oscura. Pero �l sigui� adelante, propulsado vertiginosamente por el instinto que gu�a a los hombres hacia el mal. El bosque todo estaba poblado de sonidos horr�sonos: crujidos de los �rboles, aullidos de fieras, ululares de indios; mientras que a ratos el viento ta��a como la campana de una iglesia lejana y a ratos envolv�a al viajero en un rugido penetrante, como si la naturaleza en pleno se burlara de �l. Pero �l mismo era el horror principal de esta escena y no se amilanaba con los dem�s horrores.
       ��Ja, ja ja!�estallaba estrepitosamente Goodman Brown cuando el viento se re�a de �l�. Vamos a ver qui�n r�e m�s fuerte. No creas que vas a asustarme con tus artes sat�nicas. �Vengan brujas, vengan magos, vengan indios hechiceros, venga hasta el diablo mismo, que aqu� viene Goodman Brown!�No hay raz�n para que no le teman tanto c�mo �l les teme a ustedes!
       Ciertamente, en todo el bosque encantado no pod�a haber nada m�s aterrador que el espect�culo de Goodman Brown. Volaba entre los negros pinos blandiendo el bast�n con ademanes de locura, ya dando rienda suelta a una andanada de blasfemias horribles, ya profiriendo risotadas que hac�an que todos los ecos de la selva rompieran a re�r como demonios a su alrededor. El Maligno en persona es menos espantoso que cuando rabia en el pecho de un hombre. Y as� el endemoniado sigui� su veloz curso, hasta que, temblorosa a trav�s del follaje, divis� al frente una luz roja, como cuando los troncos y las ramazones de los �rboles talados de un desmonte son pasto de las llamas y arrojan contra el cielo un fulgor espectral a la hora de la medianoche. Se detuvo, aprovechando que amainaba la tormenta que lo hab�a impelido, y escuch� elevarse el canto de lo que parec�a ser un himno, cuyas cadencias majestuosas ven�an desde lejos con el peso de numerosas voces. �l conoc�a la m�sica; el coro del templo de la aldea la entonaba con frecuencia. Los ecos de la letra se iban extinguiendo con cierta pesadez y fueron prolongados por otro coro, no de voces humanas, sino de todos los sonidos de la naturaleza anochecida, que tronaron a un tiempo en atroz armon�a. Goodman Brown lanz� un grito que se perdi� para su propio o�do, pues lo hizo al un�sono con este grito de la selva.
       Enseguida, durante la pausa de silencio, se adelant� furtivamente hasta que el resplandor peg� de lleno en sus ojos. En un extremo del claro, enmarcado por la negra muralla del bosque, se levantaba una roca que ten�a cierto parecido tosco y natural con un altar o un p�lpito. Estaba rodeada por cuatro pinos llameantes, los copos encendidos, los troncos intactos, como los cirios de un oficio nocturno. La fronda que cubr�a la cima de la roca ard�a toda, hiriendo la noche con altas llamaradas y alumbrando caprichosamente el descampado entero. Cada gajo colgante, cada fest�n de hojas estaba envuelto en llamas. Al ritmo que crec�a o se atenuaba la refulgencia roja, una nutrida congregaci�n se iluminaba, desaparec�a entre las sombras y resurg�a, por as� decirlo, de las tinieblas, poblando en el acto el coraz�n del bosque solitario.
       �Solemne compa��a ataviada de negro �se dijo Goodman Brown.
       Esto era cierto. All�, fluctuando ya m�s cerca, ya m�s lejos, entre el resplandor y la penumbra, aparec�an rostros que al d�a siguiente se ver�an en el Consejo Provincial y otros que, domingo tras domingo, desde los m�s sagrados p�lpitos de la comarca dirig�an con devoci�n la vista al cielo y con benignidad a los bancos atestados de fieles. Hay quienes aseguran que la se�ora del Gobernador estuvo all�. Al menos vinieron altas damas muy cercanas a ella; y las mujeres de maridos ilustres; y viudas, en gran cantidad; y vetustas solteronas, todas de intachable reputaci�n; y bellas jovencitas que temblaban por miedo a que sus madres alcanzaran a verlas. O bien los s�bitos rel�mpagos que cintilaban sobre el campo oscuro deslumbraron a Goodman Brown, o �l reconoci� a una veintena de miembros de la Iglesia de la aldea de Salem famosos por su extraordinaria santidad.
       El viejo y bueno del di�cono Gookin hab�a llegado y aguardaba al lado de ese santo venerable, su pastor respetado. Pero en asociaci�n irreverente con estas personas graves, honestas y devotas, estos patriarcas de la Iglesia, estas castas damas y estas v�rgenes puras, hab�a hombres de vida disoluta y mujeres de honra mancillada, desdichados entregados a todo vicio ruin e inmundo, e incluso sospechosos de cr�menes horrendos. Era extra�o ver c�mo los buenos no esquivaban a los malos, c�mo los pecadores no sent�an verg�enza de los santos. Dispersos entre sus enemigos carap�lidas estaban tambi�n los sacerdotes indios o chamanes, que tantas veces hab�an sembrado el p�nico en su bosque nativo con conjuros m�s terribles que cual quiera de los conocidos por la brujer�a de Inglaterra.
       ��Pero d�nde est� Fe? �pensaba Goodman Brown, estremeci�ndose a medida que el coraz�n se le llenaba de esperanza.
       Se elev� otro verso del himno, una melod�a lenta y pesarosa, de esas que aman los beatos, pero acoplada a palabras que expresaban todo lo que nuestra naturaleza puede concebir sobre el pecado y que insinuaban turbiamente mucho m�s. Insondable para los simples mortales es el saber de los esp�ritus del mal. Se cantaba un verso tras otro y el coro de la selva segu�a elev�ndose en las pausas como la nota m�s profunda de un pode roso �rgano. Y con la �ltima cadencia de aquel himno horripilante se elev� un estridor, como si el viento que rug�a, las aguas que corr�an a chorros, las fieras que aullaban y todas las voces del desconcierto de la selva se mezclaran y armonizaran con la voz del hombre culpable en homenaje al Pr�ncipe de todos. Los cuatro pinos encendidos despidieron una llama m�s alta y alumbraron vagos rostros y figuras monstruosas remontadas en las espirales de humo que se cern�an sobre la sacr�lega asamblea. En el mismo momento el fuego de la roca se aviv� con rojos estallidos y form� un arco incandescente sobre su superficie, en donde ahora aparec�a una silueta.
       Dicho sea con la debida reverencia, �sta ten�a un parecido no muy leve, tanto en las vestiduras como en el porte, con la de alg�n importante cl�rigo de las iglesias de Nueva Inglaterra.
       ��Traigan a los conversos! �grit� un vozarr�n que retumb� en el claro y cuyos ecos se perdieron en el bosque.
       Al escuchar la orden, Goodman Brown abandon� las sombras y se acerc� a la congregaci�n, hacia la cual sent�a una repugnante fraternidad, por concordancia de todo lo que en su coraz�n era perverso. Casi podr�a haber jurado que la aparici�n de su difunto padre le hac�a se�as para que avanzara, mir�ndolo desde una vedija de humo, mientras que una mujer con desva�do gesto de desesperaci�n extend�a la mano para prevenirlo. �Era su madre? Pero �l no tuvo fuerzas para retroceder un solo paso, ni para resistirse, aun de pensamiento, cuando el pastor y el buen di�cono Gookin lo tomaron de los brazos y lo condujeron a la roca incendiada. All� lleg� tambi�n la esbelta figura de una mujer cubierta con un velo, arrastrada entre la t�a Cloyse, aquella p�a maestra de catecismo, y Martha Carrier, a quien el diablo le hab�a prometido el trono del infierno, bruja desvergonzada como era. Los pros�litos fueron ubicados bajo la c�pula de fuego.
       �Bienvenidos, hijos m�os �dijo la aparici�n misteriosa�, a la comuni�n de la raza de ustedes. Han descubierto, as� tan j�venes, su naturaleza y su destino. Hijos m�os, miren tras de ustedes.
       Se volvieron y contemplaron a los adoradores del demonio, que con un fogonazo, por as� decirlo, aparecieron retratados contra una cortina de candela.
       En cada rostro fulguraba una siniestra sonrisa de saludo.
       �All� �prosigui� la figura renegrida� est�n todos los que han venerado desde ni�os. Ustedes los consideran m�s santos que ustedes y aborrecen su pecado, poni�ndolo en contraste con sus vidas de rectitud y de devotas aspiraciones celestiales. Sin embargo, aqu� est�n todos en mi asamblea de adoradores. Esta noche les ser� permitido conocer sus actos secretos: c�mo han susurrado los ancianos de la Iglesia, tras sus barbas blanquecinas, palabras de lujuria a las doncellas de sus casas; c�mo, �vida de luto, m�s de una mujer le ha dado a su marido un bebedizo a la hora de acostarse y ha dejado que duerma el postrer sue�o en su regazo; c�mo se han dado prisa algunos j�venes imberbes para heredar las fortunas de sus padres; y c�mo las lindas damiselas �no se ruboricen, dulces muchachas� han cavado peque�as tumbas en el jard�n y me han convidado, como �nico invitado, al funeral de una criatura. Por la simpat�a que hacia el pecado sienten sus corazones humanos, rastrear�n todos los lugares, bien sea la iglesia, la alcoba, la calle, el campo o el bosque, en donde el crimen ha sido perpetrado; y se regocijar�n al ver que el mundo entero es una m�cula de culpa, una descomunal mancha de sangre. Mucho m�s que esto: les ser� dado columbrar en cada pecho el profundo misterio del pecado, la fuente de todas las artes malignas, la cual genera de modo inagotable tal cantidad de malvados impulsos, que ni el poder humano ni mi suma potencia ser�an capaces de convertirlos en acciones. Y ahora, hijos m�os, m�rense unos a otros.
       As� lo hicieron. Y bajo el resplandor de las antorchas infernales el desgraciado joven descubri� a su Fe, y ella a su marido, estremecidos ante aquel altar profano.
       ��Miren! Ah� est�n, hijos m�os �dijo la aparici�n con tonos hondos y solemnes, casi tristes en su desconsolada atrocidad, como si su antigua naturaleza ang�lica todav�a pudiera llorar por nuestra raza abyecta�. Confiando en sus respectivos corazones, todav�a esperaban que la virtud no fuera s�lo un sue�o. Ahora han salido del enga�o. El mal es la naturaleza de la humanidad. El mal ha de ser su �nica dicha. Otra vez bienvenidos, hijos m�os, a la comuni�n de su raza.
       ��Bienvenidos! �corearon los adoradores del Maligno, con un grito de desesperaci�n y de victoria.
       Y all� segu�an ellos, los dos �nicos, seg�n parec�a, que todav�a vacilaban al borde de la perversidad en este mundo tenebroso. Labrada en la roca hab�a una pila natural. �Conten�a agua, enrojecida por la luz espectral? �O sangre? �O acaso fuego l�quido? All� introdujo la mano la aparici�n del mal, prepar�ndose para imponerles en la frente la se�al del bautismo de modo que pudieran compartir el misterio del pecado y fueran m�s conscientes de la culpa secreta de los otros, tanto de obra como de pensamiento m�s de lo que por su propia cuenta pod�an ser ahora. El marido dirigi� una mirada a la p�lida esposa; y Fe lo mir� a �l. Otra mirada, y se ver�an como corruptos infelices, temblando tanto por lo que revelaban como por lo que descubr�an.
       ��Fe, Fe! �grit� el esposo�. �Mira hacia el cielo y repudia al maligno!
       No supo si Fe obedeci�. Acabando de hablar se encontr� en medio de la noche tranquila y de la soledad, escuchando el bramido del viento que se iba extinguiendo por el bosque. Tambale�ndose, tropez� con la roca, que estaba fr�a y h�meda. Una ramita que colgaba y que hab�a estado ardiendo le salpic� la mejilla con el roc�o m�s helado.
       Al otro d�a el joven Goodman Brown entr� despacio por la calle de la aldea de Salem, mirando con asombro en derredor como un hombre perplejo. El anciano pastor, que daba un paseo por el cementerio haciendo apetito para el desayuno y preparando el serm�n, le concedi� una bendici�n cuando lo vio pasar. Goodman Brown huy� del venerable santo como evitando un anatema. El viejo di�cono Gookin se encontraba enfrascado en el culto dom�stico y las sagradas palabras de sus rezos se escuchaban salir por la ventana.
       ��A qu� deidad rezar� el brujo? �se pregunt� Goodman Brown.
       La t�a Cloyse, esa eximia cristiana de anta�o, disfrutaba del sol tempranero ante la verja de su casa, catequizando a una ni�ita que le hab�a tra�do una pinta de leche orde�ada esa ma�ana. Goodman Brown arrebat� a la ni�a de su sitio como si la librara de las garras del Maligno. Al doblar la esquina del templo divis� la cabeza de Fe, con las cintas rosadas, que atisbaba de lejos con ansiedad y que prorrumpi� en tal alegr�a de verlo, que sali� disparada por la calle y casi besa a su marido frente a toda la aldea. Pero Goodman Brown la mir� a la cara con severidad y con tristeza y pas� de largo, sin siquiera un saludo.
       �Se hab�a quedado dormido Goodman Brown en el bosque y tan s�lo tuvo un sue�o turbulento sobre un aquelarre[3]?
       Que as� sea, si usted quiere. Pero �ay! fue un sue�o de mal augurio para el joven Goodman Brown. En efecto, a partir de esa noche del sue�o pavoroso se convirti� en un hombre inflexible, triste, meditabundo y desconfiado, si no desesperado. En el d�a domingo, cuando la congregaci�n entonaba un salmo sagrado, no pod�a escuchar porque un ensordecedor himno de pecado se agolpaba en sus o�dos y sofocaba por completo los acordes benditos. Cuando el pastor predicaba desde el p�lpito con vigor y febril elocuencia y, con la mano en la Biblia abierta, hablaba de las verdades sagradas de nuestra religi�n, de vidas santas y de muertes triunfantes, de la dicha futura o la infelicidad inexpresable, entonces Goodman Brown se pon�a l�vido, temeroso de que el techo se fuera a desplomar sobre el viejo blasfemo y sus oyentes. Con frecuencia, despertando de pronto a medianoche, se apartaba del regazo de Fe. Y de ma�ana o al atardecer, cuando la familia se arrodillaba en oraci�n, frunc�a el ce�o y murmuraba para s�, miraba con severidad a su mujer y volv�a la cabeza. Y cuando hubo vivido largos a�os y su blanco cad�ver fue llevado a la tumba, seguido por Fe, una mujer envejecida, y por hijos y nietos, un cortejo nutrido sin contar los vecinos, que no eran pocos, no esculpieron en su l�pida ning�n vers�culo de esperanza, ya que la hora de su muerte fue sombr�a.


Notas:

[1] «Goodman», f�rmula de tratamiento ya en desuso, ten�a el significado de «jefe de familia». Pero es claro que para Hawthorne importaba el sentido literal de «hombre bueno»; el cual, junto con el de su esposa (en ingl�s «Faith»), se presta para el juego aleg�rico. Como no hay en espa�ol un buen equivalente, «Goodman» se deja como nombre propio. En cambio, la traducci�n del nombre «Faith» es necesaria.

[2] Guillermo III rein� en Inglaterra entre 1689 y 1702. Las posteriores menciones de la t�a Cloyse, la t�a Cory y Martha Carrier, personajes hist�ricos, sit�an la historia con anterioridad a 1692, a�o en que fueron procesados por hechicer�a en los famosos juicios de Salem. Dicho puerto no ha de confundirse con la aldea de Salem del relato, pueblo vecino que ahora lleva el nombre de Danvers.

[3] Aquelarre n. m. (vasc. akelarre). Concili�bulo nocturno de brujos.



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